Era un viernes o un sábado por la noche. La verdad es que no lo recuerdo bien. Hubo un tiempo en que todas las noches se parecían pero de una manera distinta a como se parecen ahora. Yo estaba bebiendo con tres colegas una especie de brebaje creado por algún soldado de trinchera mezclado con algo dulce que te acelera el corazón y las ganas. Dos no sé si siguen vivos. Uno sí. Seguramente lo estén los tres, pero el espectro, y nunca mejor dicho, que rodean sus ausencias son un libro que tiene el lomo por dentro.
Había sido uno de esos días que parecen fotocopias, no particularmente memorables, pero el hecho de poder emborracharse en un vaso sucio y después volver a casa cruzando un puente con viento soplando de los seis lados lo hacía todo más llevadero. Se acercaba Semana Santa y hacía días que no me empapaba en agua bendita. Eran unos días donde cumplía prisión preventiva por algo que nunca supe y en el pecado llevaba la penitencia. Joder, que venga aquí el Secretario de Estado del Vaticano y me la empiece a comer. Aquí hay más nivel que en una cíclica papal.
Iba a haber fumata blanca. Con más de lo segundo que de lo primero.
Estaba hablando con una de mis amigas acerca de cómo era posible que a alguien se le ocurriese poner tiras de plástico en vertical para sustituir una puerta, cuando miré mi teléfono porque me había escrito una de esas chicas con las que hablas unos días y que si no termináis por sentaros uno en la cara del otro la relación termina por no ir a más. Un mensaje directo, corto y expeditivo. Digamos que soy un fan del cortejo sibilino y el doble sentido apoyado en un misterio que termina por revelarse tal, pero de vez en cuando un ? contestado con un ! es de lo más excitante que te puede pasar. Decidí apurar de un trago ese elixir que potencia el ingenio pero que te deja un sabor en la boca dulce y gasificado, como si le estuvieras comiendo el coño a la CEO de Coca-Cola, y pongo una de esas excusas que no convencen a nadie para irme de aquel bar 98% madera 2% ganas de odiarse a uno mismo.
Del bar a su piso, y por ende a sus ganas, había unos veinte minutos caminando. Siguiendo la ruta mirando mi teléfono me encuentro gente que habla más alto de lo normal y unas ganas locas de hacer un número dos. Cuando vas a comerte un culo lo mejor es ir con el estómago vacío, ya que al final uno termina siendo lo que come. Entro en ese bar con nombre de marca de amplificadores de guitarra en el que un día una chica diez años mayor que yo me invitó a ir a su piso después de contarme que no recordaba el número de veces que había follado, pero que nunca había hecho el amor, con el único objetivo de besar con mi piel la diáfana cerámica presidida por no la mejor foto de Jim Morrison. Toco el cielo como lo debió tocar el bueno de Jim en aquella bañera de Le Marais y tras ajustarme la gabardina prosigo mi camino. No diría el camino del héroe, porque ¿qué es un héroe?
Cuando llamo al timbre y subo a un cuarto sin ascensor por aquel angosto portal me encuentro con una promesa hecha realidad. Como cumplir un programa electoral punto por punto sabiendo que vas a salir reelegido presidente por mayoría absoluta. Y no me hizo falta corrupción, sólo mi carisma natural y preservativos de una talla más. Cuando entro en su salón me recibe con una sonrisa que no puede quitarse de la cabeza. La decoración era de piso turístico y olía todo a mueble recién montado. Todo, menos ella. Ella tenía un aroma dulce, pero suave. Algo que te apetece masticar pero no tragar. Deleitarte con él el mayor tiempo posible en la parte posterior de tu paladar. Me dice con su acento argentino y sus labios redondos cual coso en el que salir a matar que ha bebido ron con no sé qué. Y que al último sitio al que fue fumó algo de color verde que olía como el mate pero que no era mate. Que llegó a casa, estaba sola y salida. Sola y Salida podría ser la parodia porno de un grupo de canción del verano. Y que se acordó de mí. ¿No es precioso que se acuerden de ti? Dicen que la publicidad aunque mala es buena. Entonces la auto-publicidad mental buena tiene que ser lo mejor.
Se tiene que poner de puntillas para alcanzar mi barbilla. Creo que era una señal. O así lo interpreté y se dejó llevar. Apenas llevaba ropa de cintura para abajo y lo que llevaba de cintura para arriba apenas era ropa. Lo complicado y elaborado cuando sucede tiende a henchirte de un gozo próximo a la realización. Pero poco se habla de lo que te viene cuando no esperas y es un caramelo dulce. El bocado más dulce. No desafina ni media nota. Se desliza y podría hacerlo toda la noche. Sus ojos son elocuentes. No hacen falta palabras aunque no paren de salir de su boca. Para tener más ganas de follarse mi mente que mi cuerpo como me dijo aquel día lo disimula bastante bien.
Hacía frío. Pero ella hacía otras cosas.
Después de jugar a ver quien se deja ganar más veces miramos al techo y empezamos a hablar de la superioridad moral de la izquierda, de como en Argentina también piensan que el calvo de Amaral se ha zumbado a Eva más de una vez o del chiste negro más bizarro que hemos escuchado nunca. Sus palabras, su aroma, y el aliño de su piel con la suavidad de las sábanas hace que no pueda dejar de tenerla dura. Y una erección perdida ya sabes que hace llorar al niño Jesús.
El niño Jesús era negro y aquella noche le habría encantado mirar y llorar lefa.
Cuando los primeros rayos de sol entran por la ventana debatimos acerca del mejor disco de Él Mató a un Policía Motorizado mientras bebo mate de verdad. Lo pruebo por primera vez y es amargo y adictivo. Como lo fue mi vida en 2019. Después de aquella noche volvimos a vernos un día más. Una noche menos. Todo bajo luz tenue y sonrisa de psicoanalista. Más preparado, menos sutil.
Recuerdo el camino a casa después de la primera noche. Ya era de día. No tenía nada. Nada era mío. Miré al cielo y pensé que cómo hay gente que puede pensar que la Tierra es plana. Llegué a mi casa, me hice una paja pensando en ella y en un tío con estigmas en las palmas de la mano mirándonos y me quedé dormido con la polla en la mano.

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