Hola, Señor Perro

Excálibur era un perro al que le gustaba hacer cosas de perros. Le gustaba lamerse las pelotas y lamer pelotas ajenas. Disfrutaba sacando la lengua por la ventanilla del asiento de atrás del coche y no le gustaba hacer rimas consonantes. Excálibur vivía como cualquier otro perro de la era no cuaternaria, hedónicamente. Disfrutaba bebiendo su propio vómito, y aunque le costó mucho dejar el Dog Chow de pollo terminó saliendo de esa. Pero no salió de esta. El cielo de los perros es un sitio tan real como lo es la gente que pide cosas a una muñeca de madera pintada dentro de una iglesia. Excálibur no sabía que el hecho de ser perro le eximía de ciertas responsabilidades, como la de tener que fingir que le gustaba Bruce Springsteen o decir que había leído un libro cuando en realidad sólo se había masturbado con la tapa. A Excálibur nadie le sacó de una piedra y se proclamó Rey de Inglaterra después. A Excálibur no le perdieron en la tercera cruzada cuando Ricardo Corazón de León se olvidó de recogerle antes de irse con aquella casquivana cortesana a hacer la guerra aún más santa. A Excálibur sólo le importaba tener cerca un árbol áspero en el que poder arrascar sus arbotantes mucosas.

Pero lo que no sabía Excálibur es que abril no es el mes más cruel para un perro, que eso sólo funciona para las personas, y que el mes más cruel para un perro es octubre. Es octubre, sobre todo, cuando una deslocalizada ministra decide introducir en Europa uno de los virus más mortales de la historia. Excálibur no morirá de escarlatina, ni de tifus, ni de gripe española, ni de peste, ni de sobredosis, ni de hepatitis, -de la C no, de la otra-. Morirá por estar en un espacio-tiempo algo complicado. Excálibur nunca mató a nadie con una mesa plegable como aquel tipo de Hong-Kong, pero su único delito era el de tener siempre la misma cara, y los perros que tienen siempre la misma cara ocultan algo. Mientras debajo de su casa están cuatro tipos con la cara tapada clavando melones en estacas ensayando para cuando el cráneo de Excálibur toque madera, los que mandan, los malos, no son capaces de dar un paso atrás para ganar perspectiva y ver que lo que han hecho saldrán en los libros de historia. En el capítulo de gente que hay que matar cuando se invente una máquina del tiempo y se pueda volver al pasado.

No claves, deja que el melón se deslice y la estaca haga su trabajo. Es más de dejar hacer que de forzar y hacer rosca, colega.

Excálibur sólo quería ser uno de esos perros que juegan al póker y se guardan un as en la pata trasera izquierda para prepararse una buena jugada. Excálibur no quería ser tendencia, ni que se vendieran máscaras y camisetas con su cara. Excálibur sólo quería ser el perro de la mermelada. Excálibur, con la ayuda del perro de Hitler y de aquel perro que mordía a todos los carteros de la Avenida Newark, y que fue sabiamente ajusticiado, se aparecerá en vuestros sueños y se cagará en vuestros rascadores de marfil y bonos del Tesoro. Excálibur será el azote de los mediocres.

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