La letra es sencilla. De esas que se aprenden rápido y no se olvidan tan rápido. De las que no se querían quedar siempre a dormir

Empiezo a pensar que cualquier elemento de ficción que se pasee por mi cabeza va a ser lo más realista que he pensado nunca. El querer nadar en un complejo mundo en el que te esfuerces para que todo tenga su sentido y poética interna no tiene la menor utilidad emocional. De la otra ni hablamos. Pero no tengo nada mejor que hacer. En eso se resume todo en estos días. La palabra confinamiento y su dimensión pragmática te da una perspectiva de esas que conoces la teoría, pero de la que nunca te aplicas el cuento hasta que te obligan a leerlo con los ojos abiertos sujetos por fórceps mientras te echan colirio para que no se seque tu comprensión. Es tarde para eso también.

Oscilo entre una tonalidad sepia y de blanco y negro. Como añorando cualquier tiempo pasado. No sé si el de hace seis días o el de hace seis meses. Pero añorando. Aunque puede que sólo sea una enajenación transitoria a causa de que han metido nuestro presente en una de esas bolsas de mago que no tienen fondo. Leo una historia de una pareja que aunque esté aburrida, se quieren. Cuentan algo así como que van a cenar a casa de otra pareja en la que el marido es compañero de trabajo de uno de ellos, y que lo más interesante que les pasa es que en vez de tener un perro o un gato de mascota tienen un pavo. Uno de esos blancos que tienen un graznido penetrante y que su eco aún retumba en tu cabeza un rato después. Se sube a árboles y un día lo hizo para no volver a hacerlo más. Morirse haciendo lo que más te gusta. Tienes que darle creatividad hasta la muerte si no corres el riesgo de que se te haga muy largo. Sobre todo hacia el final.

Hace poco fue equinoccio y hoy es el clásico día que se te hace más corto. Tiene poco de intenso y mucho de revoltoso. Eso que dicen que cuando no sabes algo tu mente genera un número importante de escenarios, a cada cual más improbable pero a la vez a cada cual más plausible, es tan cierto como aquella historia de la vidente de la que se pensaba que regurgitaba la verdad desde el otro lado cuando lo único que hacía era escupir clara de huevo. Intentas no pensar pero piensas. Tu rutina pretendes que sea lo más firme posible pero termina siendo laxa y desdeñable cual chicle sabor melón. Aprendes cosas sólo por pensar en voz alta y comprendes que ningún sentimiento es definitivo. Eso te trae paz y a la vez inquietud. El relativismo que tanto impera en mi grávitas cultural y del que hago gala siempre que puedo se extiende a lo emocional cuando llevaba ya años tomando el sol. Sólo que lo había hecho de una manera tan sutil que había olvidado echarme crema y ahora todo son quemaduras.

De aquellas llamas estas cenizas. Cenizas construidas y no deconstruidas que hablan más que cualquier predicador neovirólogo. De darte la mano y mirarte a los ojos con ganas en plaza con nombre con diminutivo a tener una distancia social y emocional efectista y dicotómica. Dicen que la mente es cartesiana, pero hay cosas que lo son más. Los matices de grises no son más que el dulce licor que se encuentra dentro de la botella rota, botella que es lo bueno o lo malo y con la que terminas por tener únicamente dos posibilidades: reciclar o dejarte sangrar con sus afilados pliegues. Noche de verano de balanceo entre lo astronómico y lo físico caliente.

La temperatura de evaporación es de ciento dos grados. Sublimas. Condensas. Y la temperatura de fusión eras tú. Sólo te pienso de piel para fuera, pero el verbo ha dejado de ser reflexivo para ser copulativo.

Alice-Wonder

demasiado tiempo

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