Creo que era lo más indie de por aquí. Tenía ese olor a chica bisexual de instituto y una boca húmeda con una lengua suave. Esto lo sé no porque me lo hayan contado, o porque lo haya probado. Esto lo sé porque es así. Se llama jugar a ser católico con la única diferencia es que no existe intención de respetar dogmas, sólo de felarlos y hacer con ellos lo más escatológico que exista. Rebozarlos en algo y morirte de risa.
Tú harías lo mismo. Jugarías a aguantar la mirada para ver quien pierde primero. Porque aquí pierden todos. Y mientras estás clavando tus ojos inyectados en glóbulos rojos en los suyos llenos de promesas pendientes, dejas que toda la sangre que bombea tu perezoso corazón se concentre en un mismo sitio. Ese mismo sitio que te gustaría enseñar. Enseñárselo. A todo el mundo. Cortejando primitivamente, después de todo todos somos hermanos de todos.
Después te encontrarás mirando al infinito preguntándote si tendrá el número correcto de dedos en los pies y fantaseando con que no. Y mientras hipotizas con el aprovechamiento del hueco libre de sus dígitos y en la aplicación del mismo a tus esfínteres te encuentras rozando una verdad universal. De esas que nadie puede negarte. Pero nada. Al final nada. Simplemente rozas el pellejo de lo trascendental y vuelves a usar el otro hemisferio. El hemisferio de la supervivencia y que te hace huir de lo que no te hace bien. Pero para variar no funciona.
Tampoco pides tanto. Simplemente reventaos a whisky o a whiskey y hacerlo detrás de cualquier cortina. O sobre el cuerpo de cualquier animal que un paleto considere mitológico. O dentro de un coche mientras suene la más pedante y repetitiva de las canciones. En el fondo sólo estás haciendo favores. Podría terminar con uno de esos tíos abstemios, pro-aborto, casposos y sexualmente nulos desaprovechando una de las mejores bocas y vaginas del hemisferio norte.
La erección de un ciego es algo que se parece a esto.
¿Y al final de todo? Pueden pasar varias cosas. Seguramente ocurra la más auto-destructiva, pero eso no significa que nunca pellizcarás su muslo. Te empeñas en dejarte una buena barba para que de vez en cuando una chica guapa de pechos subidos y separados te pregunte sonriendo que si os conocéis mientras al lado está su amiga gorda preguntando a todo el que ve si esa mancha de ketchup saldrá bien de su vestido de terciopelo y lentejuelas color salmón. Pero esa mierda está bien para un rato. Sólo para ese rato.
Las ratas simbolizan lo obvio. Y lo obvio lo tienes tan cerca que no lo ves.