Los estados intermedios y la lógica del movimiento

Es un universo extraño. No muy agradable. Es pequeño como todos los universos por los que al final he paseado mi etérea existencia. En algunos he estado muy poco tiempo. En otros he estado más de lo que debería y sobre todo más de lo que me gustaría. La relatividad del tiempo es algo tan fácil de rebatir que asusta, pero asusta más su dimensión no pragmática. Su estar. Su mero hecho de existir. El otro día me sentía improvisando en el tedio cuando me descubrí con un sonido dentro de mi cabeza que no había escuchado nunca. Aunque tenía la sensación de haber escuchado algo parecido una vez hace mucho tiempo. Era como uno de esos sueños que ya casi no recuedas mientras te viertes el café, pero que minutos antes era lo más nítido y real que te ha pasado en este hasta ahora año plano. Todo son unidades. Todos son formas de medir lo que no existe y lo que es abstracto. Es la obsesión de la etiqueta llevada al lenguaje para entendernos cuando cada vez yo entiendo menos lo que está pasando.

O no lo quiero entender porque no me gusta todo lo que pasa.

La cúpula y el efecto eco que hacen por dentro las paredes de mi cráneo para algunas cosas tornan en ocasiones en la más absoluta nada. Y en otras, en opio. Líneas rectas y luces a los lados y por encima de mí. Un ritmo constante. Lento, pero decidido. Todo discurre como si se supiera lo que está pasando cuando de lo único de lo que estamos seguros es que algo está pasando. Aunque no sepamos el qué. Es todo tan circular que asusta. La rutina te aliena y hace que las cosas pierdan su sabor, su intensidad. Que pierdan la esencia de lo que un día te pareció tan auténtico y disfrutable. No creo que dure mucho en este universo. La presión es un mantra que te destapa los pies y la cabeza a la vez. Y el caramelo que ofrece no dignifica ni satisface. Simplemente te enajena y te lleva a un estado de autocomplacencia hasta que das un paso atrás, miras a los lados y te preguntas en voz alta que a santo de qué. Que eso no es para ti. Pero sigues. La rueda tiene que seguir girando y tú sólo eres un pliegue en su infinito caucho.

Tengo curiosidad. Tengo perspectiva. No sé si tengo expectativa. Tengo algo porque me suscitas algo. Eres como un fantasma del pasado que ha decidido aglutinar mis pasiones y mis desgracias en un único ser de frágil e intencionada estructura, pero de mirada clara aunque insegura. Eres todo lo que quise y puede que todo lo que vuelva a querer. Eres una oportunidad redescubierta. Algo dado cuando menos te lo esperas en el momento que más te mereces. Eres todo lo que hice mal sabiendo que lo hice mal y sabiendo cómo hacerlo bien. Eres misa. Eres un 30 de diciembre y un 7 de octubre a la vez. Inquietud y sonrisa. Desgracia y poder. Desgracia y querer. Saber lo que quieres y lo que no. Labio de pretensión adictiva. Puede que llegues a serlo todo. Puede que llegues a ser una pasajera más del suprauniverso que envuelve esta gran capa de colección impar. Y como siempre me voy a entregar y hacer gárgaras con tu existencia. Tengo curiosidad.

Siento un temblor que cada vez se hace más fuerte bajo mis pies. Sólo espero que se agriete la tierra y acabemos chapoteando en lava.

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