Bajar abajo es pleonasmo y subir contigo es darle la vuelta a la almohada

Siempre coqueteaba con la idea de que todo volviera a empezar. Que al final, una vez más, en el fondo no hubiera pasado nada y solamente haya estado en un intervalo de cuerda floja mezclado con música que no quería escuchar y viendo trailers de películas que ya había visto. No deja de ser macabro que, aún queriendo estar frotándote día y noche con la idea de caos, entropía y demás mierdas imprevisibles, y desarrollando tu cada vez más potente pero más desgastado intelecto, al final vuelvas a la casilla de salida. Suponiendo que el inicio del juego siempre hubiera sido ese.

Es algo más llamativo y brillante que cualquier cosa que el gordo negrata de Cosmos te pueda contar. Tú te follas a los tardígrados a dos mil bajo cero y a seisecientos sobre cero. Tu manera de mirar es más transparente que lago en Cretázico y se clava como cuchillo en carne tierna. No es el mirar, es el a través de qué miras. La seguridad de que estoy absolutamente seguro que no soy merecedor de semejante atención y admiración, pero que sin remedio me encanta jugar con ella. La lucha de poder. El saber que vas siempre un paso por delante aunque vayas con las cartas dadas la vuelta. Me va a dejar ganar. Yo quiero ganar. Ella quiere perder. Y lo bueno es que en ningún momento aparecerá Ryan Gosling a joderla con el piano.

Podrías mirar atrás y descubrir que nunca habías tenido un viento a favor tan asustadamente preparado. Podrías dudar, incluso no teniendo dudas, simplemente por el hecho de jugar a pensar que Descartes de inseguro que era, era puro genio. Pero no. En vez de eso continúas nombrando a señores mayores, señores que siempre fueron mayores y que si ahora estuviesen vivos serían aún más mayores -los más mayores- deseando que después no te haga ninguna pregunta más. Y no lo hará. Porque ella está ahí, contigo, oliéndote con los ojos porque todo lo hace con los ojos; sin ir a pillar porque ya ha sido pillada; y aprovechando cada giro de luz para memorizar cada cabo y cada valle que facciona tu rostro.

Y qué más da si esto es sólo por un rato. O por un día. O por cien años. La brevedad impulsa la ausencia del silencio, potencia el ritmo de paseo y aclara exalaciones que conectan con cada latido que no te importaría en absoluto que fuera el último. Y si jugamos a idealizarnos con la misma velocidad con la que podremos jugar a desidealizarnos, habrá merecido igual pena. Porque aunque no sientas las piernas y tus ojos se peguen a los párpados, el hecho de haber estado ahí, contigo, ha hecho que hayamos creado más arte invisible y etéreo del que países completos han llegado a recopilar jamás.

Jódeme. Destrúyeme. Relléname de ansiedad como quien rellena una patata de feria. Me da igual. El momento me ha atrapado, y a ti te atrapó antes. Porque tú eres el momento.

Una de dos