El aniversario de lo etéreo

Tu vida es últimamente tan Boyhood que te olvidas que tú querías ser American Beauty y ponerte cachas en un gimnasio montado en un garaje mientras fumas hierba entre serie y serie. Hay personas que sólo quieren ver arder el mundo, decía Alfred. Pero no es verdad. O bueno, sí lo es. Pero tú sólo quieres ver arder el calcetín donde se corría Silas después de que Kirk le enseñara como hacerse una paja y esconder las pruebas después. No es el truco de meter la piel de plátano con un poco de miel en el microondas y dejar que el efecto vagina haga el resto, pero no pinta mal. Después te pusiste a comer helado viendo Girls, mientras el eterno debate de si le comerías el coño a Lena Dunham te invade hasta cuando vas a girar el termostato. Pero usando la coyuntura hay algo que no tienes duda, que se lo harías a Alison Williams en la cocina. Por detrás. Mientras le levantas su vestido y tiras de pedorreta hasta crear una burbuja dentro de su vagina y esperas a que suba al corazón y le dé una embolia. Erectizante. El Adam Levine venido a menos que se tira a esa mezcla de Salma Hayek y Rosario Dawson no sabe lo que se pierde. Cuando alguien como Marnie te lo quiere hacer tú simplemente cierras los ojos y das lo mejor de ti pensando en las bragas de tu abuela para no correrte en el preciso momento que tocas su deliciosa pared vulvávica. Que se lo digan sino al tipo que vende café y tiene los morros excesivamente gruesos y que se lo hacía con Shossana, la escenificación de la inocencia alertada.

Sino lo que puedes hacer es hacerle un trabajo manual a un paleto local que acabe de cumplir los 18 años mientras le cuentas que lo de ser gay o hetero es un mito tan aceptado que se ha convertido en un postulado postmodernista. Le harás un favor a él y a su futura infeliz esposa. Te pones un nombre judío, te peinas como el bajito de los MGMT y te pones a bailar una canción de negros que cantan en barberías mientras apuntan de lado a todo lo que ven con sus pistolas importadas de algún extinto y caucásico país.

Pero no tienes tiempo. La función va a comenzar y tienes dos opciones: puedes volarte la nariz con un arma de fogueo delante de ochocientas personas sentadas en sus tapizadas butacas y vestidas como de Nochevieja, o puedes tener una erección delante de todo el no-respetable e intentar metérsela a una que tan pronto se lo monta como prostituta eslovena, como afrancesa MILF o como agobiada e histriónica actriz. Me quedo con lo último. Porque nunca pasa nada y cuando pasa, ¿qué pasa? Nada.

Así que coge un buen libro, al ser posible que no lo haya escrito un marica que dio su primer beso a los veintiuno y cuenta a todo el mundo que su padre borracho le pegaba, la botella de bourbon que tu flamenco amigo se dejó en casa y un poco de hielo. El resto, lo pones en un tu libreta de color marrón kaki.

No me hagas caso, ni siquiera es literatura. Tan sólo es un lunes azul

Hoy he vuelto a nuestro lugar. Hoy he vuelto, no donde solíamos gritar, he vuelto a aquel sitio que un día decidimos llamar nuestro. Hacía tiempo que no pasaba por allí, desde aquella noche de verano donde acabaste con todo después de que yo llevara cuatro años terminándolo poco a poco. Aunque reconozco que cada vez que paso por delante me quedo mirando a través del cristal con las ganas de encontrarte y a la vez no. Con la estúpida ilusión de verte sentada en nuestro sitio de siempre tomando ese capuccino tan bueno servido en una taza blanca, con un poco de canela y chocolate en polvo, y la espuma de la leche dejando una blanquecina sombra sobre tu labio superior, labio que tantas sonrisas y lágrimas me dio.

No me he atrevido a sentarme en el sitio de siempre. En nuestro sitio. Y no porque hubiese sentado en él una pareja en edad madura con pinta de haberse conocido en Internet, sino porque no me he atrevido. Miedo. Miedo a escarbar en lo enterrado. Sí. Seguramente eso. Sentarme en ese lugar donde veíamos todo lo que giraba alrededor. Donde criticábamos a todo el que veíamos desde nuestro terrícola trono. Donde fantaseabamos con robar el extintor dorado que estaba sobre nuestras cabezas una vez que nos sentábamos en ese incómodo sofá de madera tapizado con un pasado cuero de color granate. Donde olía tu pelo e infravaloraba una vez más el momento.

Todo sigue tan igual que asusta. Como si a nadie le importara que ya no formemos parte de su elenco de pantomima que rozaba lo coherentemente absurdo y que empañaba el cristal los días de lluvia o de niebla.

Y el café se me quedó frío.

Se quedó frío porque me senté justo enfrente de lo que un día fue nuestro rincón favorito del mundo y mi imaginación se dedicó a viajar preguntándose qué habrá sido de ti y si aún me recuerdas del modo en el que a veces te pienso yo. Las mañana siguen sobrando sin un gato gordo a los pies y sin tu delicada presencia de recién levatada. Sólo quería decirte eso, que todo sigue igual y que han seguido girando sin nosotros. Sigue el camarero que me trata como su mejor colega, el dueño del local que bebía cerveza en los 80 con tu padre y el espejo en el que me miraba cuando me ponía tus gorros de invierno. Y parece que les dé igual.

Hoy es el día más triste del año. Hoy es el día en el que definitivamente ha dejado de existir el último punto que nos unía en el camino. Ese camino tan diferente que recorremos desde aquella noche de abril.

Un Minuto aquí no son sesenta segundos