Todo pasa en el mismo apartamento en el que siempre hay una excusa para quedarse veinte minutos más

Soy un auténtico cliché con patas. Unas patas largas y bonitas, después de todo. Da igual hacia donde oscile la cadencia de la gracia en la desgracia que siempre termino escuchando los mismos acordes y con el mismo contacto metálico en la comisura de los labios. Es eterno retorno. Es eterno. Y es retorno porque es rutina, rutina de que la rueda chirría siempre al pasar por el mismo sitio. No hay ninguna equis en el suelo pero sé exactamente dónde va a tropezar. Es puro empirismo. Es la paradoja de los listos.

Todo parece tan la copia de una copia de otra copia que estoy a punto de quedarme a vivir en las ojeras de Edward Norton. Y después golpearme muy fuerte para caer de espaldas contra una mesa de cristal y que todo haga crac. Sobre todo que todo suene crac. Creo que ya entiendo lo de los mundos paralelos, los desdoblamientos de realidades y cualquiera de esas mierdas que un tipo con muchos papeles colgados en la pared te puede explicar usando un lápiz y un vaso de papel. Otra vez la paradoja esa que te grita al oído y que te impide follar con tu abuela por muy buena que estuviese en 1946.

El contacto con la velocidad de lo que me rodea ahora es tan lento que me abruma. A veces es más rápido que un chino al piano, pero da igual, porque ya está de vuelta de todo. Es salir del retrete con papel higiénico pegado al zapato. Cualquier minuto del día que sirva para olvidar dónde estás es una batalla ganada. Y sólo hay una manera de ganar la guerra. Me dan igual treinta que cuarenta minutos. Si es una hora, hasta dejo que el café se enfríe. Eso sí, que la sonrisa irónica que levanta las cejas no te la quite nadie. Es como gritar bajo el agua. Como cruzar la estación de autobuses por la mitad.

Me gusta que me piten. Siento que me tienen en cuenta.

Ahora el frío aprieta más que antes y el suelo tarda un poco más en calentarse. La ausencia de intensidad ya no es algo valorable, sino necesario, y cualquier cosa que sea natural sin que lleve puesta la etiqueta de natural es tan deseable como aquellos bonitos y gruesos labios de finales de febrero y principios de marzo.

Si una rana te pide un beso, no se lo des. El dinero está en la rana que habla.

difumina tanto hasta que sólo lo veas cuando te alejes