Tras la última reflexión y el despertar de un sueño bastante poco claro y concluyente abría los ojos con la sensación de que la inevitabilidad del apego de los polos contrarios, ya sea de un lado o del otro o de calambre o no, es tan atrayente como estúpido el intento de su compresión. Así y con la misma situación previa pero mejor te das cuenta que algo como tener rechazo al único animal que admiras por su estilo de vida, y sobre todo, por su estilo de vida, es algo que últimamente suena más de lo normal, al igual que sentirse excitado que no realmente atraído por una cara, o rostro, de algo que se parece a un dibujo animado pero que termina llegando a convertirse en algo más caliente, y sobre todo en algo más húmedo.
El mismo momento donde algo deja de quemar para pasar a la costumbre de ese estado es el punto de no retorno si das un paso más. También podrías ponerte a borrar la tiza pero entonces te pondrías perdido. Lo de las mejillas es otra historia. Podría empezar a sangrar a chorro por cada uno de sus carrillos que el simple hecho de retirarse los restos de ectoplasma reseco sería casi tan excitante como la idea de que una chica como ella te practique un acto onanista con los tobillos y los talones.
La idea de la no presencia es tan bonita como marchita y caduca. Como un plátano abierto. Es algo tan fácil de tomar y mancillar que se podría considerar a cualquier tipo de distancia como la chica más fácil de toda época post impúber. Sería realmente sencillo conquistarla, decir cuatro cosas que sonaran bien, aún más si escribes poesía o poesía en prosa de verso largo y sin la necesidad de que rimase, montártelo un poco a lo Bradley Whitford con un aire de escritor o guionista agobiado, siempre despeinado, para posteriormente llevarte a la señorita D al huerto, prometer que la dejaras en casa y una vez visitado su particular Gran Cañón dejar que todo empezara a ir cuesta abajo.
Así se lo montan en la calle Sunset según la ley número 31.